El Museo de Prado cumple 199 años

Hoy día 19 de noviembre el Museo del Prado cumple 199 años y se iniciarán entonces, oficialmente, las actividades para celebrar su Bicentenario, en las que los profesionales de todas las áreas de la pinacoteca vienen trabajando los últimos dos años.

Es un programa -según explicó ayer su director, Miguel Falomir– ambicioso y complejo, en el que las exposiciones serán las protagonistas y buscarán paliar ciertas carencias en las colecciones del museo, en lo relativo a pintura holandesa (“Velázquez, Rembrandt, Vermeer. Miradas afines en España y Holanda”, desde junio de 2019), al Quattrocento (“Fra Angelico y los inicios del Renacimiento en Florencia”, desde mayo), a las mujeres artistas (“Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana. Dos modelos de mujeres artistas”, desde octubre) y a la propia historia del Prado, a la reflexión sobre su pasado y su presente. La muestra que ayer se presentó a la prensa y desde el lunes se abrirá al público, tras ser inaugurada por los Reyes, responde precisamente a esa voluntad de trazar un recorrido por la vida de sus fondos y por los vínculos del Prado, en estos dos siglos, con la historia general de España.

El inicio de esta muestra, y de las conmemoraciones del Bicentenario, se acompañará la semana que viene de cuatro jornadas de puertas abiertas (los días 19, 23, 24 y 25) con las que el Museo quiere estrechar lazos con sus visitantes y con los que aún no lo son: quiere abrirse, de par en par, a todos.

Ayer mismo pudimos asistir al concierto Circa 1819, en el que el grupo La Tempestad interpretó música de principios del siglo XIX, incluyendo una sinfonía inédita de María Luisa de Borbón, hija de Carlos IV, y el próximo lunes se desvelará la tela que cubrirá la fachada norte del Museo, como parte del proyecto “Vestir el Prado“: debido a necesarias intervenciones por razones de conservación, el exterior del centro permanecerá oculto, durante un tiempo, con lonas en las que se reproducen detalles de algunas de sus obras maestras.

Ya el martes, 20 de noviembre, dará comienzo el programa de muestras “De gira por España”, por el que, hasta diciembre del año que viene, diversas obras maestras del Prado se expondrán en localidades de todas las comunidades autónomas, comenzando por Figueras (Girona), cuyo Teatro-Museo Dalí mostrará La Virgen de la Rosa de Rafael (una referencia en la obra del surrealista) y, el sábado 24 -jornada, como decíamos, de puertas abiertas-, se proyectará en la fachada del Museo una pieza de videomapping sobre su historia, La Fura dels Baus desarrollará un espectáculo de artes vivas que se completará con una app, Kalliope Canal Prado 200 y también se incentivará entre quienes acudan al Prado su participación en la campaña de micromecenazgo Súmate al Prado, para que el centro, y todos, podamos contar con la presencia de un precioso retrato infantil de Vouet en Madrid. Ya se han recaudado caso 115.000 euros de los 200.000 necesarios; la campaña finaliza el 9 de diciembre. Si donamos ese día, además de las correspondientes deducciones fiscales, nos llevaremos un pin conmemorativo.

sala museo prado

 

Regresando a “Museo del Prado 1819-2019. Un lugar de memoria”, la muestra que se inaugura este lunes, Falomir la ha calificado como necesaria y emocionante, incluso como una reivindicación de la disciplina de la historia del arte. Lo es y también reivindica al Prado como una institución en la que reconocernos, un lugar de pertenencia y un objeto de orgullo colectivo. La expresión lugar de memoria, que le da título, está presente -según explicó el comisario del proyecto, Javier Portús- en los estudios culturales desde los ochenta para aludir a espacios o tiempos cuyo significado no se acaba en ellos mismos, sino que los trasciende. Es el caso, en el contexto español, de 1492 o 1898, pero también del Prado a poco que pensemos en su rol en nuestra memoria como país y en nuestras vidas particulares; ya lo notó Ramón Gaya cuando, en un ensayo presente en la exposición, habló del Museo como más que eso, como una patria.

cuadro museo prado

La mayor parte de las obras expuestas, evidentemente, proceden de las colecciones del centro, pero se completan con préstamos muy significativos de instituciones diversas; en muchos casos, de obras contemporáneas de autores no representados en el Prado por razones de cronología. La idea de Portús ha sido poner “a trabajar” las obras del Prado para, a través de ellas, de otras en las que influyeron y de diversa documentación y audiovisuales, contar la historia de la pinacoteca y, en el camino, la nuestra. Así, La Condesa de Chinchón de Goya, que pertenecía a los fondos del duque de Sueca pero ingresó en el Prado en el año 2000, se expone junto a un ejemplar de la Ley de Patrimonio Histórico Español de 1985, la que dotó a nuestro país, y al Prado, de los instrumentos legales para hacer crecer su patrimonio.

Y el documento más antiguo presente en la muestra corresponde a uno de los viajes de España de Antonio Ponz, que se data en 1780 y reproduce una ley de Floridablanca del año anterior en la que Moñino prohibía exportar determinadas obras, cuadros de Murillo incluidos; de ahí que lo veamos junto a la Inmaculada de los Venerables del sevillano y junto a una pintura de 1860 que representa el Salón Carré del Louvre, destinado a albergar obras maestras del museo francés, entre ellas esta Inmaculada, entonces llamada de Soult. El mariscal la había sacado de España en la Guerra de la Independencia, y aquí regresó en 1941, tras un intercambio de obras con nuestros vecinos que también nos devolvió La Dama de Elche y parte del Tesoro de Guarrazar.

Obras esenciales y textos históricos, legales y literarios se suceden de este modo en la exposición, novedosa en su museografía y casi didáctica, en la que se resalta una triple visión del Prado: como depósito de la memoria de la historia española y de la generosidad de importantes coleccionistas particulares, como museo de pintores que se adentraron en él buscando musas y maestros (caso de Manet, Sargent, Picasso o Avigdor Arikha, todos aquí representados) y como lugar de todos, cada vez más gracias a las tecnologías que permiten llevar el conocimiento del Museo y de sus obras a quienes viven lejos o a quienes no pueden ver.

Se incide también en cómo ha evolucionado nuestra conciencia del patrimonio en estos dos siglos, en cómo la institución ha dialogado con su público y en las consecuencias que tuvieron en su organización y en sus colecciones hechos históricos fundamentales en esos doscientos años, como la desamortización de Mendizábal o la Guerra Civil. También se revisa el devenir de su política expositiva y de adquisiciones, todo ello en ocho secciones articuladas cronológicamente.

SU HISTORIA Y LA NUESTRA

El germen del Museo del Prado fueron las colecciones reales, que en las primeras décadas del siglo XIX se abren al público, en consonancia con el espíritu de la Ilustración, tanto en España como en otros países europeos (poco antes se había iniciado la historia del Louvre, en plena Revolución Francesa, y en la misma época que el Prado abrieron la National Gallery londinense o la Pinacoteca de Berlín). Esos tesoros reales que forman parte del acervo del Museo desde su inicio, sirvieron al Prado, además, para reivindicar la existencia de un arte netamente español comparable a las escuelas nacionales de otros países; hay que recordar que, en aquellos comienzos, en la pinacoteca solo se exponían obras de autores españoles y a ellos, a los menos representados, se dedicaron también sus primeras compras, algunas presentes en la exposición.

La Guerra de la Independencia y las posteriores desamortizaciones dificultaron la tarea, diseminando u ocasionando la destrucción de parte de nuestro patrimonio, que en ocasiones terminó en manos extranjeras. Lo que sí se conservó dio lugar a diversas colecciones privadas y museos, entre estos últimos, el de la Trinidad, abierto en Madrid en 1838, que en 1872 terminó fusionándose con el Prado. De él procedía, por ejemplo, La Fuente de la Gracia del entorno de Van Eyck, que el museo nos enseña ahora en sala aparte, y obras de Berruguete, Carducho, Maíno y algunas de El Greco, siendo este el origen, aunque modesto, de las que ahora se atesoran aquí del artista. También acabaron en el Prado, por entonces, pinturas procedentes de la venta de la colección de los Osuna, o del legado de los duques de Pastrana. Progresivamente creció, dentro y fuera de España, el interés por nuestra pintura.

La revolución liberal de 1868 conllevó la nacionalización del Museo, anteriormente de titularidad real, lo que implicó que muchas de sus obras pasasen a ser custodiadas por varias instituciones y otros museos de diversas ciudades, una dispersión que, en el largo plazo (actualmente son cerca de 3.000 las pinturas del Prado en distintos puntos de la península), contribuyó a consolidar su dimensión de museo de todos los españoles.

Dado que, hasta 1898, parte de los pintores expuestos en el Prado eran contemporáneos a su público, muchos artistas lo consideraron un destino soñado para su producción, el escenario donde su obra podría dialogar con maestros del pasado y de su presente. Especialmente Velázquez, pero también El Greco, Goya y tantos otros dejaron una huella fácilmente rastreable en Sargent, los impresionistas, Fortuny, Rosales, Sorolla o cómo no, Picasso. Este está  representado en la muestra, entre otros trabajos, con la doliente imagen de la madre del Guernica con su hijo muerto, emparejada con un Cristo muerto sostenido por un ángel de Antonello da Messina, o con un Desnudo tumbado llegado de Israel que se relaciona con una de las Majas.

El Prado iba definiendo la personalidad con la que hoy le identificamos. Cuando, en ese 1898 que citábamos, se abrió el Museo de Arte Moderno, a él pasaron las obras de autores vivos presentes en el centro, convertido entonces en un museo de arte antiguo -sin olvidar que el medieval se consideraba, entonces y hasta el siglo XX, arqueología, y como tal Bermejo formaba parte entonces de las colecciones del Museo Arqueológico Nacional-. Después aquellas piezas regresarían, pero se abrió un debate -que sigue siendo actual- sobre el periodo cronológico al que deben pertenecer los fondos de nuestra pinacoteca: actualmente su frontera última corresponde, aproximadamente, a la muerte de Goya.

museo del prado sala dos

Desde aquel fin de siglo convulso dentro y fuera, el Museo se centró en modernizar sus criterios organizativos y de exhibición de las piezas, una modernización que pudieron comprobar quienes, en 1899, acudieron a visitar la sala que se dedicó a Velázquez en el tercer centenario de su nacimiento, la principal del museo (a él, por cierto, correspondió la primera donación recibida por el centro: fue su Cristo crucificado). Después llegarían muestras monográficas de El Greco y Zurbarán y salas monográficas para Murillo, Ribera o Goya, lógicamente bien representados en esta muestra histórica.

Algo más tarde, en 1912, se creó su Real Patronato, que nombraría al que fue el primer director: Aureliano de Beruete, hijo. Y se intensificaron, sobre todo en esos comienzos del siglo pasado, las donaciones y legados, que en esta exposición tienen sección propia y que, en algún caso, fueron colectivos.

En línea con esa importancia dada a la gestión y la legislación del patrimonio en la muestra, se recuerda la promulgación en la II República de una ley en esta materia que sentó las bases de la actual y la iniciativa Museo circulante, emprendida por las Misiones Pedagógicas, que permitió llevar a los pueblos reproducciones (y algunos originales) de las pinturas del Prado.

Ya en la Guerra Civil, como sabéis, sus colecciones fueron evacuadas: algunas se trasladaron a Valencia y otras a Ginebra, donde se organizó con ellas, en 1939, una exposición documentada fotográficamente ahora en el Museo. Acabada la contienda, y durante el franquismo, la pinacoteca consolidó su rol nacional y su función inspiradora de nuevas obras artísticas, pero también de ensayos y novelas, poemas y piezas teatrales.

Por sus salas pasaron Pollock, Saura, Motherwell, Zoran Music o los miembros de Equipo Crónica y, si una obra cosechó miradas, admiración y quebradores de cabeza, esa fue Las Meninas, que inspiró a Hamilton, Oteiza, Picasso o Arikha (lo vemos en la exposición), pero también a Buero Vallejo o Foucault. Fotógrafos y videoartistas, como Elliott Erwitt o Francesco Jodice, también se fijaron en sus visitantes, anónimos y no.

Y pone el broche final a este repaso a la historia que el Prado y todos compartimos un apartado dedicado a la presencia del Museo en el espacio virtual y a sus nuevos programas de exposiciones destinados a mostrar su colección internacionalmente, como el patrimonio de la humanidad que siempre ha sido.

Además de con diversas conferencias a cargo de Judith Ortega y Ana Lombardía, Portús y Arturo Colorado, esta muestra se completa con un congreso sobre el Museo del Prado en 1819 y la política borbónica de instituciones culturales que tendrá lugar en enero. El plazo de inscripción comienza el 26 de noviembre; os lo recordaremos entonces.

“Museo del Prado 1819- 2019. Un lugar de memoria”

MUSEO NACIONAL DEL PRADO

Paseo del Prado, s/n

Madrid

Del 19 de noviembre de 2018 al 10 de marzo de 2019

Fuente

 

 

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