Las momias más antiguas del mundo reescriben la historia de América
Desde hace 20 años, la tribu norteamericana de Fallon Paiute-Shoshone en Nevada (EEUU) ha luchado por la vuelta a casa del Hombre de la Cueva del Espíritu, una momia encontrada en 1940 en su territorio. Los restos corresponden a los de un hombre de entre 45 y 55 años de edad.
Desde su hallazgo, han descansado en el Museo Estatal de Nevada y han sido reclamados por su pueblo para ser enterrados. Lo hacían en virtud de una ley de protección y repatriación de sepulturas que sólo puede aplicarse si se demuestra que es un nativo americano. A falta de esta prueba y dado que los análisis de datación aseguran que habitó la zona hace 10.600 años, mientras ha durado el proceso judicial, ni los indios han podido llevarse al que consideran su antepasado, ni los científicos han tenido acceso a él para más estudios.
En 2015, un grupo de científicos liderado por el genetista danés Eske Willerslev, de la Universidad Copenhagen (Dinamarca) y en colaboración con la Universidad de Cambridge (Reino Unido), consiguió analizar su ADN. En el estudio de la que es la momia más antigua del mundo se ha confirmado que se trata de un nativo americano. No se ha probado que el hombre de la Cueva del Espíritu fuera un antepasado de los Fallon Paiute-Shoshone, pero la norma exige que los restos se entreguen a la tribu más cercana. Así han ganado una batalla de dos décadas y han podido por fin enterrar, en una ceremonia cargada de rituales, al que dicen ser su ancestro. “Los restos forman parte de la identidad cultural de la población indígena y por ello, tienen derecho a decir la última palabra“, ha afirmado a EL MUNDO José Victor Moreno-Mayar, autor principal de la investigación.
“Se ha tratado de escuchar las voces de las comunidades indígenas y espero que esto contribuya a que los grupos de investigación en varios campos la tomen en cuenta. En nuestro estudio, mantuvimos a la comunidad informada e involucradaa lo largo del proyecto y esto contribuyó a desarrollar una relación de confianza poco común entre investigadores y pueblos indígenas”, ha añadido.
La ciencia ha proseguido su camino y ha empleado estos resultados para conocer cómo se pobló el continente americano. Un equipo formado por 54 investigadores, coordinados por Eske Willerslev, ha presentado este jueves en la revista Science un trabajo en el que se analiza el ADN antiguo de 15 personas de la Edad de Hielo en un estudio que abarca desde Alaska hasta la Patagonia chilena. En él se incluye la momia de la Cueva del Espíritu y el esqueleto de Lovelock (Nevada, EEUU), el de Lagoa Santa (Brasil), una momia inca (Argentina), los restos más antiguos de la Patagonia (Chile) y un diente de leche de una niña de 9.000 años de antigüedad hallados en la cueva Trail Creek de Alaska (EEUU).
Los científicos explican que tanto los restos de la Cueva del Espíritu en Estados Unidos como los de Lagoa Santa en Brasil, a pesar de que sus cráneos son distintos a los de los nativos americanos actuales, su genética sí los acerca a los nativos americanos contemporáneos. Estarían más relacionados incluso que con cualquier otro grupo antiguo. Esto echa por tierra una teoría que afirma que estos restos son paleoamericanos. Además, los investigadores han podido comprobar que estos grupos se movieron por el continente americano, recorriendo largas distancias a gran velocidad.
Entre las conclusiones más sorprendentes recogidas en este trabajo es el hallazgo de huellas genéticas de ascendentes de Australasia en los antiguos nativos americanos de América del Sur, pero no en los de América del Norte, una conclusión que complica lo que se sabe de estas poblaciones y abre nuevas preguntas. “Hemos identificado esta señal en restos de individuos que vivieron en Brasil hace 10.400 años, sabemos que esta señal ha estado presente en América por lo menos desde esa época”, ha comentado Moreno-Mayar, autor principal de la investigación.
Pero ¿cómo llegaron allí y por qué no se han encontrado estas trazas en las poblaciones del norte? Esto es algo nuevo que se plantea en esta investigación y que no saben, aún, resolver. “Una posibilidad es que los portadores de esta señal hayan entrado a América un poco antes o en paralelo con los primeros nativos americanos, siguiendo una ruta similar desde Alaska hasta Sudamérica. Sin embargo, no tenemos evidencia ni genética ni arqueológica de una población así ni en Alaska, ni en Norte, ni en Centroamérica; sólo en Brasil”, ha explicado Moreno-Mayar.
“Seguramente, su origen es mesoamericano, pero decir esto es aún un tanto especulativo“, ha explicado a este medio Antonio Salas Ellacuriaga, investigador del Instituto De Ciencias Forenses de la Universidad de Santiago de Compostela y único coautor español del estudio. El científico ha recordado que hubo tres grandes movimientos en el continente. Uno desde el Estrecho de Bering hacia el norte de América, una segunda migración hacia el sur “que probablemente llevó consigo un componente austral-asiático en sus genomas” y un tercer movimiento que se inició en Mesoamérica, hace aproximadamente 8700 años, hacia el norte, en lo que se conoce como la Gran Cuenca, localizada en el noroeste de Norte América.