Legalización de la píldora anticonceptiva en España
Llevaba tiempo con la mosca detrás de la oreja, pero le podía más la discreción profesional que la curiosidad humana. Todos los meses extendía dos recetas de la píldora anticonceptiva a una paciente sin atreverse a preguntar por qué dos. Aquello no le cuadraba y empezó a sospechar que «traficaba» con un medicamento que, por el año 1978, acababa de ser legalizado en España, pero al que todavía pocas mujeres accedían por temor al ‘qué dirán’ o a ir en contra de la moralidad de la época.
Aquel médico necesitaba averiguar a toda costa qué estaba pasando, pero sin verse comprometido, así que buscó un cómplice. Acudió a la farmacia de Las Carreras, una pequeña localidad del municipio vizcaíno de Abanto y Ciérvana donde cada día pasaba consulta, en busca de su titular.
Sabía de la confianza que el boticario cultivaba con sus clientes, de modo que así sería más fácil que su paciente ‘confesara’ la trama. «Tal y como me pidió el médico, le pregunté a esta vecina por qué sacaba tanta Neogynona (nombre comercial de la píldora) todos los meses.
La respuesta nos dejó helados», expresa a sus 73 años Michel Catapodis, farmacéutico jubilado de origen francés. «Don Michel, ¿cómo que tanta Neogynona? Pues lo normal, una para mí y otra para mi marido», le soltó la paciente con una sinceridad abrumadora. «Ahora, nos sonroja y hasta puede parecernos un chiste, pero es totalmente verídico», recalca Catapodis.
La anécdota retrata una época, y una sociedad que, pese a vivir ya en democracia, no se sentía libre para hablar de temas como los anticonceptivos. Era tabú. «Si había dudas sobre cómo tomarlos, mejor se pasaba de puntillas y no se preguntaba para no llamar la atención», apunta el farmacéutico.
La despenalización en España de la píldora anticonceptiva, el 7 de octubre de 1978, supuso una revolución social, zarandeó conciencias y allanó el camino de la incorporación de la mujer al mundo laboral, cuyo papel estaba relegado al cuidado de la casa y de los hijos.
Bajo cuerda
Era lo que imponía el régimen, la familia y las leyes, porque hasta ese momento el artículo 416 del Código Penal castigaba con arresto mayor y multa de 5.000 a 100.000 pesetas la información, propaganda y prescripción de medicamentos o procedimientos «capaces de provocar, facilitar el aborto o de evitar la procreación», rezaba el artículo. No obstante, la píldora se empezó a comercializar en España 1964, aunque solo con receta médica y para tratamientos ginecológicos exclusivamente. Si se buscaba para uso anticonceptivo, había que obtenerla bajo cuerda y tirando de ingenio. «Hubo muchos profesionales que supieron leer entre líneas las necesidades que discretamente dejaban entrever las mujeres y les recetaban la píldora con la excusa de regularles el ciclo menstrual», explica el ginecólogo Modesto Rey, portavoz de la Sociedad Española de Contracepción.
Fue el pretexto que aducían los profesionales más comprometidos con la salud femenina y el resquicio que encontraron las mujeres para no acabar al frente de una familia numerosa, que la dictadura premiaba y a las que aseguraba pisos de hasta 200 metros cuadrados. El control de la natalidad era pecado mortal y quienes seguían esa corriente, casi unos herejes. Una realidad que constata Michel Catapodis: «En un pueblo pequeño, cuando alguien entraba en la farmacia para comprar la píldora para su hija, sentía la necesidad de justificarse y explicar que era para tratar problemas hormonales. En el fondo, yo sabía que estaba saliendo con un chico y recurría a ella para evitar un embarazo no deseado».
En otras ocasiones, era el «mercado clandestino» el que proporcionaba los codiciados blíster de 21 comprimidos. «Acudíamos a ciertas tiendas de pipas que había en Madrid y las conseguíamos allí de extranjis», rememora Justa Montero, activista de la Asociación Feminista de Madrid. Otras, las que tenían posibilidades de cruzar a Francia, las podían obtener sin necesidad de receta médica, como asegura el farmacéutico Catapodis.
Los datos demuestran que la realidad iba muy por delante de la ley. En 1975 ya tomaban la píldora medio millón de españolas, la mayoría como método anticonceptivo, y en 1977 (año previo a su regulación), se vendieron más de ocho millones de píldoras.
Los Centros de Planificación Familiar se convirtieron en refugio para muchas mujeres, en tiempos en los que la red sanitaria prestaba más atención a la curación que a la prevención. «Era un espacio en el que la mujer se sentía libre para hablar de sexualidad y para obtener la píldora anticonceptiva sin miedo a ser estigmatizada. Los propios laboratorios farmacéuticos nos la proporcionaban», afirma Isabel Serrano, ginecóloga e impulsora de estos centros.
Hasta allí llegaban mujeres «aterrorizadas» ante un retraso de la regla. Conocían la píldora, pero no siempre cómo administrarla correctamente. «Tuve a una paciente que después de haber mantenido relaciones sexuales sin protección, recurrió a la píldora desesperada e ingirió de golpe los 21 comprimidos pensando que así evitaría el embarazo», describe Serrano.
En otras ocasiones, el uso de la píldora llegaba tarde y mal. «Algunas me preguntaban cómo era posible que se hubieran quedado embarazadas si habían tomado la píldora. Y era cierto, pero solo la usaban el día que iban a tener un coito y no de manera regular», resume Modesto Rey.
El ideario franquista y el adoctrinamiento de la iglesia católica pesaron como una losa para que este medicamento (autorizado en EE UU con el nombre de Enovid para el tratamiento de trastornos menstruales en 1957 y como anticonceptivo en 1960) tardase casi 20 años en estar al alcance de todas las españolas, resignadas hasta entonces «a tener los hijos que Dios quisiera».
Con la legalización de la píldora, la mujer vivió una auténtica liberación. Podía decidir cuándo ser madre y cuántos hijos tener. Y eso era mucho decir en una sociedad androcéntrica y machista, en la que el poder de decisión de las mujeres se circunscribía a cuatro paredes. Por primera vez, sexo y reproducción iban por separado. Pero aquella revolución no fue fácil. «Durante años, el régimen vertió todo tipo de calumnias sobre los efectos secundarios y los riesgos de los anticonceptivos hormonales». Y eso caló. El ginecólogo Modesto Rey lamenta que hubiera profesionales, que por motivos ideológicos o desconocimiento, no atendieran la demanda femenina, «que salían de las consultas con un sentimiento de culpa aún mayor».
A por la píldora lejos de casa
Tras su legalización, la objeción de conciencia estaba dentro de las consultas, pero también fuera. En Málaga, María Petra García recuerda a sus 72 años como una colega suya farmacéutica se negó desde el primer día a dispensar la píldora anticonceptiva. «A mí no me supuso un problema venderla. Soy muy católica y muy religiosa, pero nunca me planteé no hacerlo. Incluso, en mi círculo de amigos, siempre bromeábamos con que se las tendríamos que dar algún día a nuestras hijas».
Lo cierto es que pese al incipiente aperturismo, la sexualidad era un asunto tabú en las familias. «La información nos llegaba por el boca a boca y si empezabas a utilizar la píldora era porque alguna amiga ya la había utilizado y te daba la marca apuntada. Otra cosa era ir a la farmacia y comprarla. Yo nunca me atreví a hacerlo en la que tenía en la puerta de mi casa, me daba corte; siempre iba a otro barrio para que nadie me conociera», explica Ana, que pese a haber estudiado en la universidad en aquellos años y pertenecer a una familia con un buen nivel cultural, nunca se sintió con libertad para hablar del tema.
Cuarenta años después de aquella gran conquista, el club de fans de la píldora no es tan grande como el que cabría esperar. «El miedo a las hormonas sexuales sigue existiendo y se refleja en las estadísticas: la píldora es el segundo método anticonceptivo más utilizado en España por las mujeres, detrás del preservativo, pero solo con un 17,3%», aclara Rey.
Fuente: Ideal