Frederic Marès Deulovol, gran escultor y coleccionista de arte
¿El artista nace o se hace? ¿Que impulsa a un escultor a dar forma a un bloque de mármol hasta conseguir a un maravilloso David como el de Miguel Ángel? ¿Que le lleva a un pintor a llenar un lienzo en blanco de pintura hasta conseguir creaciones únicas como las del gran Leonardo, Velázquez, Goya o Picasso?
Algunos dirán que el talento hace a unos más hábiles en determinados campos que otros. Un artista en cambio probablemente diría que el arte se siente y fluye a través de las manos. En la intimidad de su estudio un artista intenta trascender más allá de su cuerpo, tratando de elevar su espíritu hasta ponerlo en contacto con el creador, Dios o energía, y convertir esa experiencia extra corporal en inspiración, para luego canalizarla a través de sus manos y plasmarla en un lienzo en blanco o en un bloque de mármol. Este mágico proceso puede ser provocado por diferentes cosas, lugares, personas… Y ese algo que sirve al artista de conexión místico-sensorial con el creador de todo lo existente en el universo, es lo que a menudo hemos oído nombrar como “musas”, o el Fuego Invisible, como tan acertadamente lo llama el gran Javier Sierra.
Para los genios de la antigüedad, esta búsqueda mística del grial que para los artistas era la inspiración, era inconcebible con las responsabilidades de la cotidianidad de la vida en pareja, para ellos las limitaciones de la vida marital coartaban la inspiración, y por tanto no se permitían e incluso rehuían esa clase de relaciones. No obstante aunque muchos se privaban a sí mismos de cualquier relación sentimental estable o duradera, si era corriente que pudieran tener amantes ocasionales, el clímax experimentado durante el placer carnal era otro de los caminos usados para la búsqueda de ese grial, de esa inspiración. Para otros los amores imposibles o no correspondidos, a menudo suponían el camino que llevaba al arte o la chispa que provocaba el estallido de creatividad que algunas veces daba lugar a obras increíbles e inolvidables, como por ejemplo fue Beatriz Portinari para Dante Alighieri, que al parecer a pesar de solo haberse cruzado unas pocas palabras, vivió siempre enamorado de ella y se dice que fue la razón de su poesía y de su vida, dando lugar a uno de los mayores relatos de todos los tiempos como es la Divina Comedia. Todos estos ingredientes forjaban al genio, el arte es para todos los públicos, pero la creación siempre es íntima e individual, y eso les hacía ser muchas veces personas solitarias, totalmente abstraídas y distraídas, incluso de la vida misma, tal era su dedicación.
A menudo incomprendidos, pues su dedicación era total las veinticuatro horas del día, al fin y al cabo si la inspiración no tenía horarios ellos tampoco.
Hoy en día, en la actualidad y en años recientes, este tipo de vida artística y espiritual es muy poco habitual, más propia de otra época, el mundo y la historia siempre incesante nunca se detienen, los tiempos cambian y con ellos la forma de vivir y entender la vida.
Sin embargo como quiera que los artistas no pertenecen a ningún tiempo, tan solo a la época en la que les tocó nacer, aún es posible encontrar artistas de retiro y meditación como los de antes, y es justo y necesario que tengan y se les de espacio y repercusión, más ahora que parece que el progreso y la modernidad parecen tener otros intereses.
Y precisamente TourHistoria, es esa plataforma necesaria e imprescindible para destacar y darle el lugar que se merece a esta clase de artistas, como nuestro invitado ilustre de este mes. Escultor monumental, ilustrador urbano de este país, nació a finales del siglo XIX pero podría haber encajado perfectamente en el renacimiento, además de su propia producción, rescato y preservó multitud de obras de arte de la devastación de la guerra civil en algunos casos, y del inexorable paso de tiempo en otros tantos, faceta que dio lugar a la creación de un museo para la exposición permanente de dichas obras, y también donde darle espacio a su otra gran pasión, el coleccionismo, que ocupa toda un ala del museo donde se puede contemplar y hacerse una idea a través de diversos objetos de cómo era la vida a principios del siglo pasado. Por todo lo anteriormente dicho, y por cercanía personal además, hoy queremos presentaros al gran Frederic Marès Deulovol.
Nacido en Portbou (Girona), el 18 de septiembre de 1893, hijo de Pere Marès Oriol, funcionario de aduanas de Portbou, y de Soledad Deulovol Vergés, fue el segundo de tres hermanos.
Frederic Marès Deulovol, hijo predilecto de Portbou, fue un importante coleccionista y un artista polifacético con una obra escultórica basada principalmente, en el modernismo y algunos parecidos góticos, sobretodo en su escultura religiosa.
Hablar de Frederic Marès Deulovol como coleccionista, es hablar de un niño que cuando con 4 años acompaño a su hermano mayor al colegio de Portbou, descubrió un mundo fascinante que le llevó a convertirse en uno de los mayores coleccionistas de Europa. Su pasión desde muy joven por el dibujo, lo motivó a ordenar láminas y estampas, que utilizaba como modelos, i a clasificarlas en diferentes series y temáticas. También lo hacía con los cromos de vestidos regionales de diferentes países que se encontraban dentro de las chocolatinas compradas en Cervera, y que su madre le daba para merendar. La pasión por sus juguetes, sus papeles de colores, envoltorios de chocolatinas…condicionarán una personalidad cada vez más peculiar y animada hacia el mundo del cooleccionismo. En este sentido cabe destacar la influencia de su padre, cuando en 1884 fundó en Portbou la revista “ el corresponsal del coleccionista”, gracias a la cual el joven Frederic entro de lleno en este fascinante mundo, y también, aunque indirectamente el echo que su padre fuera funcionario de aduanas, que permitió enriquecer la colección de cromos del joven Marès, gracias a los sobrantes de las importaciones de estampas de Japón, Francia y Alemania que pasaban por la aduana.
En 1903 la familia Marès se traslada a Barcelona y los acontecimientos se intensifican hasta que en el año 1912 La Escuela de Artes y Oficios y Bellas Artes (Escuela Llotja) proporciona una beca a Frederic Marès que le da la posibilidad de viajar al extranjero y profundizar tanto en su espíritu de coleccionista como de escultor e intelectual del mundo de las artes.
En 1946 en la sede del actual Archivo Histórico de la cuidad de Barcelona, Marès presenta públicamente su primer colección de escultura medieval y barroca, relojes, relicarios, libros incunables y toda una serie de objetos que hasta ese momento conservaba en su estudio de la calle Mallorca de la ciudad condal. Esto se convirtió en el primer paso hacia la creación de un museo. En el año 1946 quedó abierta la primera sala instalada en el primer piso del palacio de los Condes de Barcelona. El Museu Marès con sus cuatro salas completas se inauguraría en 1948.
A partir de entonces, Frederic Marès hizo del museo su vida, e incluso en 1952 se trasladó a vivir allí como residencia oficial.
A lo largo de su vida su obra se vio recompensada con varios galardones, como una medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1917, o las recibidas por las universidades de San Francisco y San Diego de Estados Unidos… Fué director de la Escuela de Artes y Oficios Artísticos, y en 1947 director de la Escuela Superior de Bellas Artes, cargo que desempeñó hasta 1964. Fue recompensado en 1951 con la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio por su trabajo de restauración de los reales sepulcros del monasterio de Poblet.
Hasta su muerte el 16 de agosto de 1991, participó en numerosas muestras tanto en España como fuera de ella, entre las que destacan las de París, Venecia, Berlín, San Francisco y Buenos Aires. Fue elegido miembro de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid en 1965. Presidente de la Academia de Sant Jordi en 1963, Caballero de las Artes y las Letras de Francia en 1970, y Medalla de Oro de la Generalitat de Catalunya en 1986, entre otras distinciones. Su producción escultórica es mucha y variada, algunas de sus obras más notables son los relieves en La Iglesia Santa María del Mar, el monumento a Goya en Zaragoza, las tumbas de Jaime II y Jaime III en la Catedral de Palma de Mallorca, el monumento al ex presidente del consejo de ministros Joan Prim en Barcelona, la Exaltación de la Santa Cruz, colgada en el altar mayor de la Catedral de Barcelona, el monumento a Salvador Braulio Asensio en Puerto Rico, Relieves y esculturas en el Monasterio de Poblet y la Abadía de Montserrat, o la reconstrucción de los panteones reales del mismo monasterio de Poblet, saqueado y expoliado en el siglo XIX, entre otras muchas, porque además de la propia producción, se le encargó las obras de reparación y reconstrucción de gran parte de la obra monumental devastada por la guerra civil.
Se podría decir en definitiva que Frederic Marès fue el conjunto de los descubrimientos de su infancia en Portbou, de la consolidación de su personalidad en la capital catalana, y la experiencia adquirida por toda Europa. Un artista de otro tiempo que sin embargo estuvo cerca de nuestros días, un caballero de los de antes que vivió por y para el arte, para su preservación y divulgación, que usó su clase y su influencia para rescatar y restaurar un enorme patrimonio cultural, que sin el tal vez pudo haber desaparecido. Un altruista que además dono todo ese patrimonio y el museo a la ciudad de Barcelona. Un hombre cuya íntima aspiración quizá, fuera que el resto de los mortales disfrutáramos del arte con los mismos ojos con los que él lo hacía. Un alma renacentista reencarnada a finales del siglo XIX, que por méritos propios merece y debe ser recordada en nuestro tiempo.
Con toda seguridad esta crónica sea breve e insuficiente para una vida tan larga y polifacética como la de este artista. En el mundo del arte hay que adentrarse poco a poco, pues es necesario tiempo y paciencia para aprender y saber apreciar la sensibilidad de cada obra y de cada artista. Es por ello que he querido basar este artículo sobretodo desde la vertiente coleccionista del artista, hay una gran muestra de objetos y antigüedades del siglo XIX en el museo, tan fascinante como capaz de satisfacer al más curioso, y este humilde servidor espera tal vez que a través de esa curiosidad al visitante le despierte el deseo de conocer mejor al artista y su obra, que les aseguro no les defraudará.
Autor: Sergio Bachs Badillo.