Declaró la primera Cruzada el Papa Urbano II en el Concilio de Clermont
Con la conquista de Sitia y Palestina por los turcos selyúcidas y, sobretodo, con la toma de la ciudad de Jerusalén (1071), la acogida de los peregrinos a Tierra Santa se había vuelto cada vez más hostil. Mientras permanecieron bajo el poder de la dinastía árabe de los fatimíes de Egipto, los Santos Lugares eran visitados con regularidad por misiones de peregrinos occidentales, que aumentaron a partir de 1033. En Jerusalén se mantenían abiertos dos hostales de peregrinos cristianos, que pagaban tributo a los selyúcidas.
El emperador de Bizancio, abrumado por mantener las fronteras del imperio en Occidente y el poder creciente de los selyúcidas en Palestina, había pedido ayuda al papa, pero las relaciones de Urbano II con Alejo Comneno eran de mutua desconfianza.
El 28 de noviembre de 1095, último día del Concilio de Clermont, Urbano II proclamó la Primera Cruzada, como medida para resolver el problema de la seguridad en Tierra Santa. Urbano II conjuró a los cristianos de Occidente a cesar en sus luchas fratricidas, unirse para combatir a los paganos y liberar a los hermanos de Oriente. Esta idea de socorro cristiano ya había tenido lugar unos años antes (1064) cuando un grupo de expedicionarios del sur de Francia había conquistado la ciudad de Barbastro en ayuda de los cristianos españoles.
Hugo de Vermandois, a la cabeza de los francos, llegó a Roma y recibió el estandarte papal para representarlo civilmente en la cruzada; partió para Bizancio, donde Alejo Comneno le mandó apresar a su paso hacia Tierra Santa como garantía frente a las fechorías que pudiesen cometer los occidentales en territorio bizantino. Como reacción, Godofredo de Bouillon arrasó las tierras por las que pasó hasta que Alejo desplegó toda clase de obsequios para los visitantes a fin de mejorar las tensas relaciones.
Tras el sitio de Nicea, los cristianos obtuvieron su primera victoria, entrando en la ciudad mientras el sultán estaba ausente y reclutando un ejército que sería nuevamente derrotado en el valle del Gorgoni (julio de 1097). El ambicioso Balduino de Boulogne tomó la ciudad de Edesa, capital de Mesopotamia, hasta entonces regida por el príncipe griego Thoros, legado de Alejo y tributario de sarracenos, que era asediado por tribus turcas. Edesa permaneció largo tiempo como importante baluarte cristiano.
La ciudad de Antioquía, gobernada por el emir turcomano Yaghi-Siyan, contaba con potentes defensas, pero cayó en junio de 1098 tras la vergonzosa huida del emir. Mientras los cristianos se reponían en Antioquía, el visir fatimí de Egipto, Al-Afdal, aprovechó la derrota del emir de Mosul para intentar dominar Palestina. Los fatimíes se hicieron con Jerusalén tras un asedio contra los turcos que duró mes y medio y un afortunado ataque cristiano con una torre móvil permitió un decisivo acceso al interior de las murallas.
La Primera Cruzada fue la única que culminó con éxito de las ocho que hubo a lo largo de dos siglos. Duró tres años, durante los que se tomaron Nicea, Antioquía y Jerusalén, logros a los que contribuyó la división interna del enemigo musulmán.
Pedro el Ermitaño convenció al papa Víctor III de la necesidad de intervenir directamente en los Santos Lugares en una época de mucha actividad guerrera para el Pontificado en conflictos cercanos. El papa Urbano II mantuvo largas y frecuentes conversaciones con el peregrino Pedro.
El gran desconocimiento geográfico de los cruzados hizo que se embarcaran ingenuamente en un viaje de proporciones que excedían a su imaginación.